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UN MUNDO PARA ELLOS, NUESTROS QUERIDOS IDIOTAS

“Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo” (proverbio  oriental)


El aquelarre, de Francisco de Goya (1797-1798). Fundación Lázaro Galdiano


Cada tanto, siempre bajo supervisión médica y cubierto por un seguro sanitario a todo riesgo, me aventuro a conectar la televisión durante algunos minutos para sondear el punto de deriva en el que nos movemos y asisto, lleno de espanto, incrédulo y avergonzado, al visionado de reclamos publicitarios que parecen diseñados para auténticos retrasados mentales. Anuncios en los que se escenifican pantomimas grotescas, supuestamente simpáticas, donde una pandilla de adultos alienados se dedica a ejecutar mamarrachadas llenas de espasmos gestuales y cabriolas absurdas o simplemente a decir idioteces, comportándose como adolescentes estúpidos desatados en un parque, con el propósito de vender servicios o productos que, realmente, nadie necesita y que en la mayoría de casos son inútiles y superfluos, cuando no directamente dañinos (solo hay que contabilizar el flujo de spots relacionados con comida basura y abuso de tecnologías). Así que, si convenimos que el contenido de la televisión, redes sociales y resto de plataformas, y en concreto la publicidad que estos medios emiten, es un indicador más que fiable, como así lo creo, del nivel evolutivo, concientivo e intelectual del ciudadano de hoy y por extensión de nuestra sociedad, objeto de estos estímulos comerciales, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que nos movemos en una comunidad de auténticos subnormales.


Porque, sí, amigos, hay que ir dejando de aplicar anestesias y paños calientes para no alterar a esos millones de ofendiditos crónicos. Vivimos en un mundo de subnormales profundos, diseñado, adaptado y modelado específicamente para ellos. Es más, habitamos un planeta terraplenado expresamente para permitir la propagación, multiplicación, deleite y expansión de deficientes neuronales e imbéciles de carnet, plenamente satisfechos de su condición. Es cierto que ha sido ésta una labor costosa y ardua, pero durante los últimos siglos y, especialmente a lo largo de las últimas décadas, se ha conseguido recrear un hábitat perfecto para asegurar la cría, pastoreo, explotación, sacrificio y despiece de una cabaña ganadera inmensa formada por miles de millones de borregos, satisfechamente zombificados. Para aquellos que no sepáis de su origen, os apunto que la zombificación es un proceso ancestral por el que se obtiene la voluntad y sumisión plena de la víctima, cuyo destino irremediable es la esclavitud, empleando para ello técnicas y rituales mágicos y el uso del famoso polvo zombie, cuya base y principio  activo son toxinas de procedencia animal y vegetal.


Entiéndaseme el uso del término subnormal como el que define a aquel individuo que se establece de manera indefinida y voluntaria en la estupidez y que disfruta de una placentera turbidez mental que le disuade de acometer ejercicios tales como el pensamiento, la reflexión o el compromiso, evadiéndose por sistema de todo ello con la exclusiva pretensión de no ser molestado o expuesto mientras, eso sí, pueda seguir siendo valorado, reconocido e integrado por una masa conformada por otros cientos de subnormales, que a su vez han obrado de igual forma. Este carácter gregario del idiota lo hace especialmente dependiente, vulnerable y también sumamente peligroso, ya que, en su escalada involutiva se ve impelido a arrastrar a cualquiera que le rodee hacia la impersonalidad y la ignorancia, causando graves alteraciones, perjuicios y desequilibrios allá donde actúa y en particular, en aquellos espacios donde habita y desarrolla sus actividades cotidianas. Esta tendencia envolvente y masificadora en la que se sumerge dificulta la autopercepción del mismo sujeto como esencialmente imbécil, ya que éste queda aglomerado dentro de una masa viscosa, densa e indefinida en la que ni siquiera es capaz de distinguir sus propios pensamientos del ruido exterior, con el que se siente muy cómodo e identificado, por cierto.


Podríamos ser condescendientes y pensar que la condición crónica del estúpido responde a una adaptación conductual más o menos forzada y necesaria para integrarse y funcionar al ritmo que las tendencias político-sociales-morales le imponen. Yo creo que no es así, sigo creyendo en la preeminencia del libre albedrío como herramienta básica (y gratuita, ya que viene de serie) de discernimiento y voluntad del individuo, por lo que, lejos de considerar la caída en la idiotez como un drama inevitable y adaptativo, que pudiera ser ponderado como atenuante, lo juzgo como un serio agravante en tanto en que, siendo ésta capaz, la persona afectada prefiere no ejercer los dones de voluntad, libertad y pensamiento crítico propios del ser humano. Y esto, amigos, se paga caro.


Pero sigamos con la disección tipológica. Digamos que el subtipo de indigente mental occidental es propicio a desarrollar un ansia insaciable por comulgar y participar de las tendencias e ideologías que le son cocinadas, servidas y promocionadas, por lo que no duda en abandonar gratuita y voluntariamente sus principios más elementales y su instinto racional más básico, de tal forma que en este proceso descendente es capaz de desoír y renegar de su sentido común, del ejercicio de sus derechos y libertades más elementales, de traicionar sus convicciones morales, de vender a su madre y matar a su padre, si hace falta. Y no solo será capaz de hacerlo sin dudarlo, sino que, para tranquilizar su conciencia, te forzará a que hagas tú lo propio.


Este tonto útil y adaptable, propio del siglo XXI, no titubea en dejarse avasallar y lapidar por los de arriba y en todo caso a renunciar a su propio acerbo, a su patrimonio, a sus costumbres, a sus tradiciones, a su herencia cultural, a sus convicciones éticas, espirituales o religiosas, a su arraigo familiar, a su pasado, a su propia historia y a su mismo nombre si así se lo piden. Tampoco lamenta excesivamente regalar su derecho a la intimidad y a la integridad como ser humano siempre que sea percibido como modelo vecinal. El autoengaño es, consecuentemente, otro de los rasgos que definen al anormal contemporáneo, ya que éste fantasea con que todas y cada una de sus posturas, ideas y decisiones son propias, meditadas y muy auténticas y que responden a una lectura inteligente y lógica del nuevo orden de las cosas, afrontando una postura sabia, útil y ventajosa dentro de una realidad cambiante que configura un mundo incierto y desquiciado. En concreto, el idiota hispano, que es el tipo que más frecuento, contempla con una mezcla de resignación y hasta de agrado la destrucción de su propio entorno, de su cultura, de sus recursos naturales, de su herencia cultural y de su país a manos externas, incluso colabora indolentemente en ello, proscribiendo, entregando o deshaciéndose de medios de producción, riqueza natural o iniciativas empresariales como de la peste y con ello de toda posibilidad de desarrollo y supervivencia.


El prototipo de subnormal patrio presenta una marcada tendencia a la mediocridad moral, a la envidia, al rencor, al revanchismo y la venganza, así como a la vergüenza, a la chabacanería y a la mala educación, fruto de su propia inseguridad y del miedo que le provocan la exposición y expresión públicas, que no hacen sino poner en evidencia su patética personalidad y su escasa cultura, formación y rigor. Estas pulsiones le llevan a enmascarar a toda costa sus debilidades e intentar hacer comulgar a la mayor cantidad de gente posible con sus endebles posiciones a base de articular e imponer aspavientos verbales, de manera que su conciencia se vea arropada y reforzada por la aquiescencia de una mayoría igualmente gris. La capacidad de adaptación y mimetismo observada en los eunucos mentales patrios es excepcional, son capaces de asumir como propios y practicar con soltura poses y comportamientos disparatados y extravagantes con tal de ser tenidos en cuenta y palmeados en la espalda por otros débiles mentales, especialmente por sus superiores. Adoptan posturas frívolas y superficiales y presentan querencia por el olvido selectivo, la memoria adaptable y la negación de la realidad objetiva. Creen todavía en el Ratoncito Pérez, en la necesidad de las izquierdas y las derechas, en la bondad y neutralidad de organismos y corporaciones supranacionales y otros cuentos para niños y por ello defienden la urgencia de posicionarse y participar indefinidamente en el juego trucado en el que siempre perdemos. El relativismo, las medias mentiras, la posverdad, el discurso ambiguo y descafeinado no le son ajenos, moviéndose con soltura entre conversaciones insulsas y groseras. A corta distancia, el disminuido cerebral frecuenta las frases hechas y tiznadas de resignación pastosa para salir del paso ante inquisiciones molestas que otros les puedan formular. Ahora bien, cuando pintan bastos y se hace necesario dar un puñetazo encima de la mesa y manifestar integridad y valor para corregir las atrocidades y desmanes de los de siempre, este tipo es propenso a mirar hacia otro lado, a mantener la cabeza gacha, a practicar una obediencia ciega a las autoridades, que ejercen y monopolizan la violencia, y a sucumbir a la delación o venta de amistades y familiares. Su tolerancia a la frustración y su umbral de caída en la sumisión son, asimismo, muy bajos, bastándose con sentirse amenazado con la exclusión social o económica para ceder al chantaje y a la presión externa. Muestra un carácter timorato, es por naturaleza desconfiado y taimado y, como hemos dicho, rehuye de posicionamientos claros y aún menos, públicos. Prefiere nadar, siempre que pueda, entre dos aguas, todas pútridas y pantanosas y guardar toda la ropa de que sea capaz, por si acaso tiene que venderla a otros desgraciados para sacar partido en una situación de caos.

 

El espécimen del que hablamos suele destacar en todos los actos y procesiones sociales y se postula como cofrade distinguido de la Nueva Religión Social Global, comulgando pública y estentóreamente con todos sus dogmas, actos de fe, ordalías y juicios inquisitoriales, temiendo y haciendo temer en la desobediencia el castigo eterno y la excomunión grupal. Por ello no dudará en lucirse como modelo y ejemplo a seguir y proyectarse como policía de balcón y garante de las enseñanzas del Relato Oficialista para señalar a cuantos transgredan las normas de la nueva divinidad.


Nuestro tipo está dotado de pituitaria de acero y unas entrañas forradas en cuero que le permiten presentar una tolerancia enorme a la carroña humana, a la corrupción institucional, a la pestilencia política y al relativismo moral. Se trata de una especie oportunista que puede alimentarse de despojos vitales y carroña ideológica y es capaz de colonizar y progresar poblacionalmente en auténticos estercoleros humanos.


En una sociedad enferma, disfuncional, infantilizada y dependiente como es la nuestra, muy a nuestro pesar, el tonto útil es sumamente peligroso por ser una correa de transmisión perfecta para la consecución de las medidas que un Papá Estado fallido, totalitario, corrupto e incontrolado, ebrio de poder, impone sobre sus vasallos, a la sazón propiedades de éste. De ahí el señalar el potencial del idiota como arma de destrucción masiva a medio o largo plazo, justificando en ello la erradicación urgente de esta amenaza. Es cierto que la estupidez humana es fuente inagotable de suculento material sobre el que inspirar mis escritos, y los idiotas, en especial, dan mucho juego, no lo niego; serían, incluso, dignos de unas buenas risas si no fuese por el peligro que representan en tanto que atizadores de la podredumbre social que nos envuelve.


En fin, podría seguir dándote más claves, pero creo que ya he aportado suficientes pistas para que seas capaz tú mismo de identificar a algunos de los subnormales que te rodean, con los que habitualmente convives o trabajas. Es probable que no todos ellos cumplan exactamente con el perfil esbozado, pero seguro que podrás entrever su capacidad para manifestar estos síntomas. Si fuera éste el caso te prescribo profilaxis y alejamiento preventivo, porque sí, querido lector, la estupidez es contagiosa. La frecuentación de estos individuos podría causar descomposiciones morales, diarreas mentales y flatulencia intelectual.


Es igualmente posible que en el camino de introspección que desde aquí prescribo detectes síntomas o indicios de subnormalidad en tu propia personalidad o actitud pública. ¡Alerta, vigílate minuciosamente! Es incluso probable que te haya rechinado o molestado alguna de las apreciaciones diagnósticas que he expuesto. Si esto es así, y para atajar el progreso de la enfermedad recomiendo, como tratamiento de choque, leer con más atención y frecuencia los artículos de este blog y, sobre todo, sobre todo, no olvidar nunca supervitaminarte y mineralizarte. V. Van Botel




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